Comienzo a notar como el suelo va tragándome lentamente, como va disolviendo su dura composición para permitirme formar parte de él, como me absorbe. No puedo moverme. Intento gritar, pero mi boca permanece firmemente cerrada. El duro asfalto desaparece y empiezo a caer, no veo nada, no puedo hacer nada. Cierro los ojos y cojo aire, mientras me despido de mi existencia. Esto era lo que quería ¿no?
Empiezo a oír un pitido que suena cada segundo, me incomoda. Me duele la cabeza y las muñecas. Abro los ojos, estoy desconcertado. Me encuentro en una habitación de un hospital, con las muñecas fuertemente vendadas y rodeado de cables.
Y entonces, todo se me viene a la cabeza, como una avalancha de piedras: la bañera, toda aquella sangre, mis lágrimas, las cuchillas...